Hijos míos queridos:
Qué alegría poder dirigirles mis palabras. ¡Cuántos hijos me ha dado Dios! Conozco muy bien a cada uno de ustedes, algunos desde niños participan del carisma, y otros no hace mucho están descubriendo el hermoso desafío de seguir a Jesús y vivir el evangelio, por este camino bellísimo de la caridad hecha servicio.
Miro mucho nuestro mundo y sus necesidades, como lo hice durante mi vida. Hoy, intercediendo por cada uno de ustedes y por todo el mundo. Y veo también muchas necesidades en el corazón de ustedes, jóvenes hijos míos. Y como Madre, padezco con ustedes, me estremezco y deseo auxiliarlos.
Escuchen mis avisos, que son nacidos de la experiencia y luz que el Señor me prodigó en la oración y contemplación. Y es deber de una madre decirlos.
Antes que nada, les aconsejo que cuando estén tristes o muy alegres, preocupados o serenos, cuando se sientan incomprendidos o amados... siempre recurran a Dios y lleven a la oración todo cuanto vivan. Ah! Estudien y mediten la vida de Jesucristo, toda ella es enseñanza para nosotros, miren bien el modelo Jesús en Nazaret. Y como he dicho algunas veces, siempre, siempre tengan a Dios presente: en sus hogares, en sus estudios, cuando salgan con amigos a divertirse y “pasarla bien”, en sus trabajos, mientras escuchan música o bailan: Siempre tengan a Dios presente. Les aseguro que Él está muy cerca de ustedes. Tanto, que está en el corazón de cada uno.
Habrán escuchado más de una vez las palabras del evangelio de Mateo, donde Jesús dice: “Cada vez que lo hicieron con uno de mis hermanos conmigo lo hicieron”. Sí, Dios es en cada uno de sus hermanos, de su familia, amigos, profesores, necesitados... Por eso, hijos míos, cuando ayuden háganlo por Jesús. Me llena de alegría ver sus corazones tan generosos y dispuestos al servicio, sus ganas de ayudar y colaborar, su preocupación por los problemas del mundo, del país, sus deseos de justicia, de paz...
Queridos jóvenes, el mundo está mal, procuren sufrir por Jesús. Encuentren en Dios la fuerza para luchar. Ustedes que tienen la mirada limpia: esfuércense por descubrir la belleza de Jesús en los demás y busquen vivir el evangelio en medio de este mundo. Dejando hacer a Dios que sabe todas las cosas.
El mundo en que yo viví, les aseguro que se parecía bastante al de ahora: guerras, pobreza, niños huérfanos necesitados de familia y contención, hospitales repletos de enfermos, los cristianos burlados y perseguidos... Sin embargo, Dios nos dio la gracia –a mis hermanas y a mí- de ser mujeres fuertes, y ante cada acontecimiento buscar Su voluntad, para dar respuestas de caridad a esas necesidades. Les aseguro que no fue nada fácil. Y sé que tampoco es fácil hoy para ustedes, jóvenes, seguir a Jesús en la posmodernidad.
Tantos niños, adolescentes y jóvenes que veo en mis colegios: solos, tristes, necesitados de cariño y contención, con problemas familiares, enfermos, buscando llenar el vacío de su corazón con drogas, viviendo la sexualidad en forma desordenada y sin sentido... Muchos jóvenes que lo expresan así o con violencia, agrediendo a los demás o a sí mismos, mediante tatuajes, percings, dejando de comer... y de tantas otras formas. Pero también hay otros jóvenes que han sufrido, pero fueron acompañados y ayudados para encontrar en Dios el sentido de sus vidas. Muchos de ustedes, hijos míos, han recurrido a mi intercesión, y me consta que son muy valientes hoy al decir “sí” a Dios.
Cuando yo tenía su edad y sentí que el Señor me llamaba a entregarle mi vida, eso me llenó de alegría el alma y no pensé en otra cosa que en responderle con un “sí”. En mis adentros decía: No seré del mundo, mis fuerzas, mi bienestar, toda mi vida quiero sacrificar al servicio de mi Dios en la persona de los necesitados, cuidarlos como madre, enseñarles, educarlos, darles vida, hacerlos buenos cristianos y darle a Dios muchas almas...
Hijos míos, jóvenes janerianos, un desafío grande se les presenta hoy: darle a Dios muchas almas, llevar a Dios a sus compañeros, amigos, hermanos... Sean misioneros entre los jóvenes, sepan ser sal y luz allí donde les toque estar. Hay muchos necesitados entre ustedes y Jesús les pide que sean buenos samaritanos. Recuerden que Dios está en cada uno de ellos.
Nosotros, hijos míos, no sabemos lo que podemos, pero si la fuerza de la gracia del Señor impera en nosotros, somos para algo y valemos lo que Dios se sirve poner.
Qué alegría poder dirigirles mis palabras. ¡Cuántos hijos me ha dado Dios! Conozco muy bien a cada uno de ustedes, algunos desde niños participan del carisma, y otros no hace mucho están descubriendo el hermoso desafío de seguir a Jesús y vivir el evangelio, por este camino bellísimo de la caridad hecha servicio.
Miro mucho nuestro mundo y sus necesidades, como lo hice durante mi vida. Hoy, intercediendo por cada uno de ustedes y por todo el mundo. Y veo también muchas necesidades en el corazón de ustedes, jóvenes hijos míos. Y como Madre, padezco con ustedes, me estremezco y deseo auxiliarlos.
Escuchen mis avisos, que son nacidos de la experiencia y luz que el Señor me prodigó en la oración y contemplación. Y es deber de una madre decirlos.
Antes que nada, les aconsejo que cuando estén tristes o muy alegres, preocupados o serenos, cuando se sientan incomprendidos o amados... siempre recurran a Dios y lleven a la oración todo cuanto vivan. Ah! Estudien y mediten la vida de Jesucristo, toda ella es enseñanza para nosotros, miren bien el modelo Jesús en Nazaret. Y como he dicho algunas veces, siempre, siempre tengan a Dios presente: en sus hogares, en sus estudios, cuando salgan con amigos a divertirse y “pasarla bien”, en sus trabajos, mientras escuchan música o bailan: Siempre tengan a Dios presente. Les aseguro que Él está muy cerca de ustedes. Tanto, que está en el corazón de cada uno.
Habrán escuchado más de una vez las palabras del evangelio de Mateo, donde Jesús dice: “Cada vez que lo hicieron con uno de mis hermanos conmigo lo hicieron”. Sí, Dios es en cada uno de sus hermanos, de su familia, amigos, profesores, necesitados... Por eso, hijos míos, cuando ayuden háganlo por Jesús. Me llena de alegría ver sus corazones tan generosos y dispuestos al servicio, sus ganas de ayudar y colaborar, su preocupación por los problemas del mundo, del país, sus deseos de justicia, de paz...
Queridos jóvenes, el mundo está mal, procuren sufrir por Jesús. Encuentren en Dios la fuerza para luchar. Ustedes que tienen la mirada limpia: esfuércense por descubrir la belleza de Jesús en los demás y busquen vivir el evangelio en medio de este mundo. Dejando hacer a Dios que sabe todas las cosas.
El mundo en que yo viví, les aseguro que se parecía bastante al de ahora: guerras, pobreza, niños huérfanos necesitados de familia y contención, hospitales repletos de enfermos, los cristianos burlados y perseguidos... Sin embargo, Dios nos dio la gracia –a mis hermanas y a mí- de ser mujeres fuertes, y ante cada acontecimiento buscar Su voluntad, para dar respuestas de caridad a esas necesidades. Les aseguro que no fue nada fácil. Y sé que tampoco es fácil hoy para ustedes, jóvenes, seguir a Jesús en la posmodernidad.
Tantos niños, adolescentes y jóvenes que veo en mis colegios: solos, tristes, necesitados de cariño y contención, con problemas familiares, enfermos, buscando llenar el vacío de su corazón con drogas, viviendo la sexualidad en forma desordenada y sin sentido... Muchos jóvenes que lo expresan así o con violencia, agrediendo a los demás o a sí mismos, mediante tatuajes, percings, dejando de comer... y de tantas otras formas. Pero también hay otros jóvenes que han sufrido, pero fueron acompañados y ayudados para encontrar en Dios el sentido de sus vidas. Muchos de ustedes, hijos míos, han recurrido a mi intercesión, y me consta que son muy valientes hoy al decir “sí” a Dios.
Cuando yo tenía su edad y sentí que el Señor me llamaba a entregarle mi vida, eso me llenó de alegría el alma y no pensé en otra cosa que en responderle con un “sí”. En mis adentros decía: No seré del mundo, mis fuerzas, mi bienestar, toda mi vida quiero sacrificar al servicio de mi Dios en la persona de los necesitados, cuidarlos como madre, enseñarles, educarlos, darles vida, hacerlos buenos cristianos y darle a Dios muchas almas...
Hijos míos, jóvenes janerianos, un desafío grande se les presenta hoy: darle a Dios muchas almas, llevar a Dios a sus compañeros, amigos, hermanos... Sean misioneros entre los jóvenes, sepan ser sal y luz allí donde les toque estar. Hay muchos necesitados entre ustedes y Jesús les pide que sean buenos samaritanos. Recuerden que Dios está en cada uno de ellos.
Nosotros, hijos míos, no sabemos lo que podemos, pero si la fuerza de la gracia del Señor impera en nosotros, somos para algo y valemos lo que Dios se sirve poner.
Cuenten con mi intercesión, mi amor y protección de madre,
Los amo mucho y los tengo en mi corazón,
Su madre, Ana María Janer.